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EL MUNDO

Ciudadanos atacan políticos en plena calle

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¿Qué impulsa a un ciudadano común a cometer tal agresión?

Se inmiscuyó entre la multitud, simuló ser parte del público y a plena luz del día, frente a las cámaras de televisión, le acuchilló en la yugular. El intento de asesinato de Lee Jae-myung, líder de la oposición surcoreano, parece el comienzo de un thriller. Pero el protagonista no es ningún psicópata y la película no es nueva.

El 8 de abril de 2022, un individuo mató de un disparo al ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, durante un acto de campaña. El atacante confesó haberlo hecho por odio a sus convicciones. En 2015, en España, la ira le costó un puñetazo a Mariano Rajoy en un paseo electoral en Pontevedra. En 2009, Silvio Berlusconi acabó hospitalizado tras recibir un fuerte golpe en medio de un mitin en Milán. Y así, sucesivamente, podríamos llegar hasta quién mató a Kennedy o al atentado de Sarajevo, detonante de la Primera Guerra Mundial.

La mayor parte de magnicidios son cometidos por personas sin patologías graves.

El camino hacia el delito puede asemejarse a un juego de mesa. Así lo explica el psicólogo Sarnoff A. Mednick. El crimen y el póker tienen algo en común: se necesita intelecto y un toque de azar. Se desconoce la exacta influencia de cada parámetro, lo mismo ocurre en la mente criminal. La obtención de una buena mano es fruto de la experiencia y habilidad, pero no debe menospreciarse el peso de la fortuna.

Mednick fijó un triángulo de factores genéticos, neuropsicológicos y ambientales que, a lo largo de la partida, o sea de la vida, son decisivos para establecer la jugada. Pongamos que cada factor representa una carta: color, palo y orden de naipes. En función de su interacción, el individuo cometerá un delito o no. Se ganará o perderá la ronda.

Un individuo 'normal', en función de la distribución del juego y según cómo avance la mesa, optará o no por matar. Esa misma persona, en otras circunstancias, podría no ser un criminal. Los estudios sobre gemelos demuestran que la genética influye, por ejemplo, en la capacidad delictiva. Pero el control de dicha tendencia está directamente relacionado con el tipo de educación o experiencia vivida.

Para cometer un crimen se necesita una motivación (en estos casos sería la ideología, el odio o la frustración), un objetivo adecuado (el cargo político representativo) y la oportunidad (el acto público). Algunos por ansias de gloria, otros armados de sed de venganza, quizá también la predisposición a una ira descontrolada. Pero ninguna explicación es válida sin la suma total del cóctel criminal.

En el póker no basta una carta. Lo decisivo es la combinación de todas ellas. Ningún parámetro es per sé suficiente para explicar el hecho delictivo. Estas agresiones tienen cierta premeditación, por ello el arrebato quedaría descartado, y la psicopatología individual se encargaría de especificar si se sufre algún tipo de desviación. Pero incluso con un trastorno de la personalidad, hace falta algo más. En su toma de decisión juegan azar e intelecto. El triángulo aleatorio de factores configurará la mano de póker idónea para la creación del agresor. Algunos podrían estar a tan solo una carta de ser criminales. La mayoría de asesinos se hacen, no nacen.

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¿Qué impulsa a un ciudadano común a cometer tal agresión?

Se inmiscuyó entre la multitud, simuló ser parte del público y a plena luz del día, frente a las cámaras de televisión, le acuchilló en la yugular. El intento de asesinato de Lee Jae-myung, líder de la oposición surcoreano, parece el comienzo de un thriller. Pero el protagonista no es ningún psicópata y la película no es nueva.

El 8 de abril de 2022, un individuo mató de un disparo al ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, durante un acto de campaña. El atacante confesó haberlo hecho por odio a sus convicciones. En 2015, en España, la ira le costó un puñetazo a Mariano Rajoy en un paseo electoral en Pontevedra. En 2009, Silvio Berlusconi acabó hospitalizado tras recibir un fuerte golpe en medio de un mitin en Milán. Y así, sucesivamente, podríamos llegar hasta quién mató a Kennedy o al atentado de Sarajevo, detonante de la Primera Guerra Mundial.

La mayor parte de magnicidios son cometidos por personas sin patologías graves.

El camino hacia el delito puede asemejarse a un juego de mesa. Así lo explica el psicólogo Sarnoff A. Mednick. El crimen y el póker tienen algo en común: se necesita intelecto y un toque de azar. Se desconoce la exacta influencia de cada parámetro, lo mismo ocurre en la mente criminal. La obtención de una buena mano es fruto de la experiencia y habilidad, pero no debe menospreciarse el peso de la fortuna.

Mednick fijó un triángulo de factores genéticos, neuropsicológicos y ambientales que, a lo largo de la partida, o sea de la vida, son decisivos para establecer la jugada. Pongamos que cada factor representa una carta: color, palo y orden de naipes. En función de su interacción, el individuo cometerá un delito o no. Se ganará o perderá la ronda.

Un individuo 'normal', en función de la distribución del juego y según cómo avance la mesa, optará o no por matar. Esa misma persona, en otras circunstancias, podría no ser un criminal. Los estudios sobre gemelos demuestran que la genética influye, por ejemplo, en la capacidad delictiva. Pero el control de dicha tendencia está directamente relacionado con el tipo de educación o experiencia vivida.

Para cometer un crimen se necesita una motivación (en estos casos sería la ideología, el odio o la frustración), un objetivo adecuado (el cargo político representativo) y la oportunidad (el acto público). Algunos por ansias de gloria, otros armados de sed de venganza, quizá también la predisposición a una ira descontrolada. Pero ninguna explicación es válida sin la suma total del cóctel criminal.

En el póker no basta una carta. Lo decisivo es la combinación de todas ellas. Ningún parámetro es per sé suficiente para explicar el hecho delictivo. Estas agresiones tienen cierta premeditación, por ello el arrebato quedaría descartado, y la psicopatología individual se encargaría de especificar si se sufre algún tipo de desviación. Pero incluso con un trastorno de la personalidad, hace falta algo más. En su toma de decisión juegan azar e intelecto. El triángulo aleatorio de factores configurará la mano de póker idónea para la creación del agresor. Algunos podrían estar a tan solo una carta de ser criminales. La mayoría de asesinos se hacen, no nacen.

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