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EL PAIS

Los Haitises y las Dunas en el cuento de nunca acabar

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La noticia de que acaban de apresar a centenares de inmigrantes bajo cargos de depredar el extenso y valioso, pero frágil, Parque Nacional de Los Haitises hace ver con indignación la ausencia de continuidad a las grandes causas de protección medioambiental a la que el país parece condenado. Abulia e inconsistencia de un Estado veleta que a través de los cambios de Gobierno echa a un lado algunas prioridades. Con una periodicidad que no falla, las autoridades suelen despertar de su pasividad, generalmente alertadas por terceros que a veces tienen que gritarles a los oídos, para entonces emprender «operativos» (símbolo de la transitoriedad dominicana de ley y el orden) contra los daños a una zona en progresiva pérdida de suelo y vegetación y que es fundamental por su elevada pluviometría que hace abundar el agua que hace posible la vida en la región.

Una reserva natural que debería ser cuidada como lo que es: un tesoro irreemplazable. Pasada la alharaca, y cesada la atención mediática, el área vuelve a ser pasto de los conuqueros e incendiarios de fines arrasadores. Las Dunas de Baní corren la misma suerte calamitosa por obra de invasores que se alternan aniquilantes en perforar su superficie y anular la función protectora de la franja de amortiguamiento que las rodea. Los apogeos bianuales de destrucción gritan a los cuatro vientos que sobre ese patrimonio de la nación y orgullo de los banilejos la voluntad gubernamental de protegerlas es de una intermitencia devastadora.

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La noticia de que acaban de apresar a centenares de inmigrantes bajo cargos de depredar el extenso y valioso, pero frágil, Parque Nacional de Los Haitises hace ver con indignación la ausencia de continuidad a las grandes causas de protección medioambiental a la que el país parece condenado. Abulia e inconsistencia de un Estado veleta que a través de los cambios de Gobierno echa a un lado algunas prioridades. Con una periodicidad que no falla, las autoridades suelen despertar de su pasividad, generalmente alertadas por terceros que a veces tienen que gritarles a los oídos, para entonces emprender «operativos» (símbolo de la transitoriedad dominicana de ley y el orden) contra los daños a una zona en progresiva pérdida de suelo y vegetación y que es fundamental por su elevada pluviometría que hace abundar el agua que hace posible la vida en la región.

Una reserva natural que debería ser cuidada como lo que es: un tesoro irreemplazable. Pasada la alharaca, y cesada la atención mediática, el área vuelve a ser pasto de los conuqueros e incendiarios de fines arrasadores. Las Dunas de Baní corren la misma suerte calamitosa por obra de invasores que se alternan aniquilantes en perforar su superficie y anular la función protectora de la franja de amortiguamiento que las rodea. Los apogeos bianuales de destrucción gritan a los cuatro vientos que sobre ese patrimonio de la nación y orgullo de los banilejos la voluntad gubernamental de protegerlas es de una intermitencia devastadora.

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