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EL DINERO

Balaguer, Trump y la tasa de descuento del futuro.

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ELCORREORD-*-*—Cientos de millones de personas en todo el mundo están sorprendidos por la velocidad con que el presidente Trump ha comenzado a cumplir las promesas que hizo durante la campaña y ejecutar los cambios significativos que estas representan en relación al status quo que ha prevalecido por décadas en EE. UU. En lugar de valorar positiva o negativamente las acciones del presidente Trump, trataremos de ofrecer una posible explicación del porqué las órdenes ejecutivas parecen ser pasajeras en un tren bala de altísima velocidad.

Trump asumió la presidencia el pasado 20 de enero, echando por el suelo todos los pronósticos sobre la imposibilidad de su retorno luego de su primer gobierno. Su edad, 78.7 años, registra un excedente no despreciable con relación a la esperanza de vida actual de 75.9 años de los hombres en EE. UU. A lo anterior debemos añadir que la Constitución de EE.UU., al establecer el límite de dos términos a los presidentes, impide a Trump presentarse a la reelección en 2028 a la edad de 82.6 años. En consecuencia, dispone de solo cuatro años para ejecutar las reformas y cambios que, según él, allanarían el camino a la “America’s Golden Age”. Independientemente de que aprobemos o rechacemos los cambios prometidos que ha comenzado a ejecutar su administración, debemos reconocer que Trump es un hombre de convicciones y que éstas, sin lugar a dudas, podrían haberse intensificado luego de la bala fallida que el pasado 13 de julio estuvo a punto que quitarle la vida al hoy presidente estadounidense. Cualquiera en la posición de Trump, aun engavetando la cuota de narcisismo que pudiésemos tener en nuestra genética, podría pensar que la desviación de la cabeza del candidato en el momento en que la bala salió disparada, fue una señal de endoso “divino” a la promesa de “restaurar la grandeza de América”.

Los opositores de Trump deber tener claro que para un presidente cuasi-octogenario, el costo político de sus decisiones converge a cero. La amenaza de represalias en su contra post-2028 no pasan de ser patadas voladoras de luchadores mexicanos amateurs. Seamos sensatos. Trump no sabe si estará con vida luego de concluir su mandato. Cuando un presidente con convicciones firmes dirige una nación consciente de que sus tiempos en la posición y en el plano terrenal tienen los días contados, debemos apostar a que, contra viento y marea, hará todo lo que pueda, sin detenerse un instante a ponderar la constitucionalidad de sus decisiones, para ejecutar los cambios y reformas que considera necesarios para dar el golpe de timón que conduzca a América “de nuevo a la grandeza”. Si queremos entender a Trump, lo primero que debemos comprender es que estamos frente a un presidente que descuenta el futuro (2029 en adelante) a una tasa hiperbólica. El valor que él le asigna a lo que suceda a partir de 2029 es cero. En otras palabras, lo que venga después de su salida de la presidencia, lo que le depare el futuro, en lo absoluto incidirá en las decisiones que tomará en el período 2025-2028. Mientras sus opositores abrazan el 6 de enero de 2021, Trump gobierna con el mandato “divino” recibido el 13 de julio de 2024.

Existe un caso parecido al de Trump. Luego de una campaña electoral en la que el partido gobernante le hizo la vida imposible a un candidato opositor de 79.7 años y prácticamente ciego, negándole la movilidad en helicóptero durante la campaña y forzándolo a trasladarse en camionetas por los intransitables caminos de la ruralidad, Joaquín Balaguer logró uno de los retornos más sorprendentes a la presidencia en América Latina. Al salir del tedeum el 16 de agosto de 1986, instruyó al chofer del vehículo que lo transportaba al Palacio Nacional a detener el vehículo en la escalinata central del Palacio. Balaguer, de 80 años y prácticamente ciego, exigió que lo dejaran subir solo por las escalinatas. Y lo hizo. El mensaje había sido enviado. Aquí estoy, he triunfado en medio de la adversidad. Entre el mensaje que transmitió la imagen de Balaguer subiendo solo por las escalinatas y el transmitido por la colocación en la Oficina Oval de la Casa Blanca de la foto policial de Donald Trump después de ser acusado de extorsión y cargos relacionados, no parecen existir diferencias.

Balaguer estaba consciente que, al asumir el 16 de agosto de 1986, su edad superaba en 17.4 años la esperanza de vida de los hombres en ese momento en República Dominicana. De inmediato, movió las cuerdas para vengarse de los opositores que lo habían humillado el 16 de agosto de 1978 durante la Asamblea Nacional y denigrado luego durante el gobierno perredeísta de 1982-1986. Los lunes en la noche, durante los primeros meses de gobierno, montó en el Palacio Nacional una especie de foro público televisado, que mostraba a un Balaguer impertérrito, sentado, mientras un miembro del gabinete describía el “desastre” heredado del anterior gobierno. Entre ese montaje y las ruedas de prensa en la Oficina Oval, con Trump sentado en su escritorio y Elon Musk de pie describiendo la magnitud del despilfarro del dinero pagado por los contribuyentes, las similitudes son sorprendentes.

Quienes estuvieron cerca de él en el período 1986-1990, percibían que para Balaguer no había mañana.

Consciente de su avanzada edad, Balaguer tomó la decisión de ejecutar con inusitada velocidad todas las obras que consideraba importantes. Para él no había mañana; el futuro era inexistente pues a su edad, prácticamente lo había consumido. En otras palabras, al igual que hoy revela Trump en su accionar, Balaguer descontaba el futuro a una tasa hiperbólica para no decir infinita. Metió el costo político de sus decisiones en el armario y botó la llave.

Decidió otorgar un sabático al servicio de la deuda pública externa que, según él, había sido contraída casi en su totalidad por los gobiernos del PRD. Fue así como los atrasos en el servicio de la deuda pública externa, que en 1985 habían alcanzado US$110 millones, a final de 1990 ascendieron a US$1,289 millones. ¿Qué hizo Balaguer con los pesos que no entregó al Banco Central para este poder pagar los intereses y amortizaciones de la deuda pública externa? Los utilizó para ejecutar obras públicas de gran transcendencia, incluyendo la Presa de Jigüey-Aguacate. La inversión pública que en 1985 había sido de 3.1% del PIB, fue elevada a 9.1% del PIB. La magnitud de aquel giro sorprendente en el gasto público se comprende más claramente cuando se observa que mientras en 1985 apenas el 18.9% de todo el gasto público se destinaba a inversión en infraestructura, en el período 1987-1989 la inversión pública representó el 51% del gasto público total. El déficit del sector público consolidado pasó de 2.7% del PIB en 1985 a un promedio de 5.8% en 1987-1989.

Balaguer estaba consciente que aquella decisión desencadenaría presiones inflacionarias y devaluatorias.

“Si ese es el precio que debemos pagar, pues lo pagaremos” señaló el presidente el jueves 10 de diciembre de 1987 a un joven economista que le advirtió las consecuencias del financiamiento del gasto público con crédito del Banco Central. Balaguer sabía que mientras la inflación y la devaluación con el paso de los años se olvidan, las obras de infraestructura, como la Gran Pirámide de Guiza ordenada por el faraón Keops, quedan. La inflación, que había cerrado en 4.4% en 1986, subió a 22.7% en 1987, 55.8% en 1988, 34.6% en 1989 y 79.9% en 1990. La tasa de cambio del mercado libre y/o paralelo, que había concluido en 1986 en RD$3.06 por dólar, subió a RD$4.88 a final de 1987, RD$6.41, RD$8.33 y RD$13.42 a final de 1988, 1989 y 1990, respectivamente. La depreciación acumulada de 338.6% del peso frente al dólar durante 1986-1990, fue el factor determinante del aumento acumulado de 362% en el índice de precios al consumidor entre diciembre de 1986 y diciembre de 1990.

Balaguer, sin embargo, seguía vivo en 1990. Una oposición dividida en la legión perredeísta que lideraban Peña Gómez y Majluta y salpicada de incertidumbre en la legión peledeísta debido a la evidente pérdida de facultades de Bosch, permitieron a Balaguer, con casi 84 años de edad y en medio de una inflación de 50% a mayo de 1990, salir airoso de la denominada batalla de los dinosaurios. Pasada las elecciones, el dinosaurio rojo logró tapar el descalabro macroeconómico de 1987-1990, ejecutando el más ambicioso y trascendental programa de reformas estructurales realizado en República Dominicana en los últimos 35 años. En adición a pertenecer junto a Ovando y Trujillo al triunvirato que construyó las principales obras de infraestructura física de la nación, Balaguer, obviando el costo político de sus reformas estructurales que eliminaban las rentas excesivas que brindaba la política comercial anterior, se transformó en el principal reformador que tuvo la economía dominicana en el Siglo XX.

Todos sabemos que Balaguer terminó bien y que su marca como gran constructor y reformador quedará plasmada en la historia dominicana. A los EE. UU. y al mundo le conviene que la decisión del presidente Trump de obviar los costos políticos y descontar a una tasa hiperbólica el futuro, al final deje un saldo neto positivo. Cuando se actúa con inusitada velocidad asumiendo que el mañana no existe, en ocasiones, se incurre en costos económicos y sociales de envergadura. Ojalá que los beneficios que también se derivan cuando se introducen cambios y reformas necesarias, terminen superando, como sucedió durante el gobierno de los diez años de Balaguer (1986-1996), los costos que podrían derivarse de ellos.

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